Preguntas y Ejercicios de Exani II -> Comprensión Lectora 2024 | Página 20
En esta sección encontrarás miles de preguntas de Exani II -> Comprensión Lectora, cómo resolver cada una de las preguntas y la respuesta correcta.
Tendrás cuatro opciones en cada pregunta, intenta contestar correctamente y si no lo haces, tendrás la opción de ver la solución o escoger otra respuesta.
Si deseas saber com solucionar cada pregunta puedes dar clic en la opción "¿Cómo resolver? ".
Pregunta 96
Lee el siguiente párrafo y contesta las preguntas.
No había nada que deseara hacer que no pudiese igualmente dejar de hacer. Incluso de niño, cuando no me faltaba nada, deseaba morir: quería rendirme porque luchar nada tenía sentido para mí. Consideraba que la continuación de una existencia que no había pedido no iba a probar, verificar, añadir ni sustraer nada. Todos los que me rodeaban eran unos fracasados o, sino, ridículos. Sobre todo, los que habían tenido éxito. Éstos me aburrían hasta hacerme llorar.
Era compasivo para con las faltas, pero no por compasión. Era una cualidad puramente negativa, una debilidad que brotaba ante el simple espectáculo de la miseria humana. Nunca ayudé a nadie con la esperanza de que sirviera de algo; ayudaba porque no podía dejar de hacerla. Me parecía inútil cambiar el estado de cosas; estaba convencido de que nada cambiaría sin un cambio de corazón, ¿y quién podía cambiar el corazón de los hombres? De vez en cuando un amigo se convertía; era algo que me hacía vomitar. Tenía tan poca necesidad de Dios como él de mí.
MILLER,
Henry Trópico de capricornio
¿Cómo concibe el autor la ayuda?
Como una obligación carente de sentido ante una realidad cambiante
Como un deber, consecuencia del conocimiento absoluto de la miseria humana
Como una debilidad producto de la contemplación de la miseria humana
Como una coacción impuesta por el derecho de existir y permanecer inevitablemente
Pregunta 97
Lee el siguiente párrafo y contesta las preguntas.
No había nada que deseara hacer que no pudiese igualmente dejar de hacer. Incluso de niño, cuando no me faltaba nada, deseaba morir: quería rendirme porque luchar nada tenía sentido para mí. Consideraba que la continuación de una existencia que no había pedido no iba a probar, verificar, añadir ni sustraer nada. Todos los que me rodeaban eran unos fracasados o, sino, ridículos. Sobre todo, los que habían tenido éxito. Éstos me aburrían hasta hacerme llorar.
Era compasivo para con las faltas, pero no por compasión. Era una cualidad puramente negativa, una debilidad que brotaba ante el simple espectáculo de la miseria humana. Nunca ayudé a nadie con la esperanza de que sirviera de algo; ayudaba porque no podía dejar de hacerla. Me parecía inútil cambiar el estado de cosas; estaba convencido de que nada cambiaría sin un cambio de corazón, ¿y quién podía cambiar el corazón de los hombres? De vez en cuando un amigo se convertía; era algo que me hacía vomitar. Tenía tan poca necesidad de Dios como él de mí.
MILLER,
Henry Trópico de capricornio
¿Cuál es la condición para la modificación de la realidad?
La desaparición total de la esencia humana
El cambio de existencia de la realidad
La alteración constante de la personalidad
El cambio de sentimiento en el ser humano
Pregunta 98
Lee el texto y contesta las preguntas
Hay animales, como los antílopes y gacelas, que se han hecho célebres por su belleza. Otros, como el león, llaman la atención por su bravura y orgulloso porte. Finalmente, los gigantes, como los elefantes y jirafas, impresionan por sus colosales proporciones. Pero existe una criatura africana que, al margen de su tamaño, su porte y su apariencia física, es famosa entre todos los cazadores y zoólogos, precisamente por su peligrosidad. Me refiero al búfalo cafre, el gran bóvido de las sabanas. Porque se sabe que este herbívoro ha causado más víctimas entre sus enemigos naturales incluido el hombre, que cualquier fiera, aparentemente más agresiva e incontrolable.
Para los cazadores europeos y americanos que buscan en África emociones fuertes, el búfalo ha constituido siempre una pieza codiciada. Porque si el tirador no acierta a derribarlo del primer disparo, su obligado rastreo resulta sumamente peligroso. El búfalo herido se retira hacia los más impenetrables matorrales y trata siempre de dar un rodeo para atacar por la espalda al hombre que lo busca, en un paraje que dificulta la visibilidad y los movimientos.
En la carga, el sólido rumiante, que puede alcanzar la tonelada de peso, avanza en línea recta, quebrando el matorral a su paso. Contrariamente a los toros, lleva siempre la cabeza levantada y el hocico al viento, para no perder el contacto olfativo con la víctima. Su fino oído y su aguda vista completan el dispositivo agresor, conjugándose con una agilidad inesperada en el volumen del rumiante. Sus cuernos, extraordinariamente macizos, forman como un casco sobre la frente, para curvarse luego hacia abajo y emerger en dos afiladas puntas laterales. Basta el simple testarazo del escudo central para matar a un hombre. Pero el búfalo acostumbra a ensañarse con sus enemigos, a los que pisotea después de derribarlos. Y aún se dice que, con su lengua, áspera como papel de lija, puede lacerar la piel y los músculos.
¿Tendríamos que pensar tras está comprometida descripción que el búfalo es un ser odioso, merecedor de la más despiadada persecución? En absoluto, porque este apacible tortazo sólo ataca cuando es acosado, comportándose, en condiciones normales, como una criatura inofensiva y tímida. Una abrasadora mañana de la gran Fosa del Rift, estábamos filmando pelícanos blancos en las riberas del lago de Mañara, cuando sorprendimos a media docena de grandes búfalos machos, revolcándose en un lodazal.
¿Dónde vive el búfalo?
La selva virgen
La sabana
El desierto
La tundra
Pregunta 99
Lee el siguiente párrafo y contesta las preguntas.
No había nada que deseara hacer que no pudiese igualmente dejar de hacer. Incluso de niño, cuando no me faltaba nada, deseaba morir: quería rendirme porque luchar nada tenía sentido para mí. Consideraba que la continuación de una existencia que no había pedido no iba a probar, verificar, añadir ni sustraer nada. Todos los que me rodeaban eran unos fracasados o, sino, ridículos. Sobre todo, los que habían tenido éxito. Éstos me aburrían hasta hacerme llorar.
Era compasivo para con las faltas, pero no por compasión. Era una cualidad puramente negativa, una debilidad que brotaba ante el simple espectáculo de la miseria humana. Nunca ayudé a nadie con la esperanza de que sirviera de algo; ayudaba porque no podía dejar de hacerla. Me parecía inútil cambiar el estado de cosas; estaba convencido de que nada cambiaría sin un cambio de corazón, ¿y quién podía cambiar el corazón de los hombres? De vez en cuando un amigo se convertía; era algo que me hacía vomitar. Tenía tan poca necesidad de Dios como él de mí.
MILLER,
Henry Trópico de capricornio
¿Por qué el deseo de no hacer, la idea de fenecer y el no querer luchar del autor?
Porque asimiló todos sus fracasos, causados por una utopía
Porque llegó a comprender lo frágil de la realidad social
Porque experimentó la desilusión provocada por los demás
Porque pensaba que era absurda la existencia humana
Pregunta 100
Lee y contesta la pregunta.
La mediocridad moral es incompetencia para la virtud y cobardía para el vicio. Si hay mentes que parecen maniquíes articulados por rutinas, abundan corazones inflados de prejuicios. El hombre honesto puede temer al crimen sin admirar la santidad. La garra del pasado estruja su corazón matando en él todo anhelo de perfeccionamiento futuro.
Las mediocracias son enemigas del hombre virtuoso: prefieren al honesto y lo encumbran como ejemplo. Hay en ello un error. Honestidad no es virtud, aunque tampoco sea vicio. Se puede ser honesto sin sentir afán de perfección; sobra para ello con no ostentar el mal, lo que no basta para ser virtuoso. La honestidad fluctúa entre el vicio y la virtud.
El virtuoso se anticipa a alguna forma de perfección futura y sacrifica los automatismos consolidados por el hábito. El honesto, en cambio, es pasivo. Se limita a respetar lo prejuicios que le asfixian. Si no llegara a asimilar los prejuicios, la sociedad le castigaría como delincuente por su conducta deshonesta.
Para alcanzar la ejemplaridad en una mediocracia sólo se requiere:
Asfixiarse por la rutina
Abstenerse de hacer el mal
Sobreponerse a los prejuicios
Desafiar los prejuicios existentes.
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